Cuando la Discordia Gana: Una Reflexión sobre la Violencia en Nuestra Sociedad y el Camino Hacia la Paz Interior
En los últimos tiempos, parece que la sombra de la violencia se alarga cada vez más sobre nuestras interacciones y espacios públicos. Ya no se limita a rincones oscuros, sino que irrumpe en lugares donde esperaríamos respeto y civilidad, desde los recintos parlamentarios hasta los estadios deportivos. Nos encontramos preguntándonos: ¿Qué nos está pasando como sociedad? ¿Dónde radica la raíz de tanta ira y falta de amor?
Ecos de la Discordia: La Violencia en el Ámbito Político y Deportivo.
Recientemente, hemos sido testigos de incidentes que, aunque dispares en su contexto, comparten un denominador común: la escalada de la agresión. En Uruguay, una interpelación en el Senado tuvo que ser suspendida por desorden en sala y graves insultos entre legisladores. La discusión, que debía ser un ejemplo de debate democrático y representativo de miles de ciudadanos, se vio empañada por un insulto homofóbico pronunciado por un senador, lo que generó un profundo malestar y puso en duda la seriedad de los argumentos. Se ha destacado la creciente «apuesta» de la agresión y el «bajar el nivel» de discusión en el Parlamento, con incidentes previos que incluso llevaron a agresiones físicas. La situación fue tan inusual que la interpelación formalmente no terminó, siendo suspendida de manera abrupta, algo que nunca antes había pasado. Este tipo de comportamiento en un ámbito que debería ser ejemplar nos obliga a reflexionar sobre el estado de nuestra convivencia social.
De manera igualmente preocupante, la violencia en el fútbol continúa manchando lo que debería ser una fiesta. Un partido de la Copa Sudamericana en Argentina entre Independiente y la Universidad de Chile se convirtió en una «barbarie», con hinchas chilenos robando, encendiendo butacas y arrojando proyectiles, ¡incluyendo un inodoro!, desde la tribuna superior. La policía no pudo contener la situación, llevando a que los hinchas del equipo local ingresaran para confrontar a los visitantes, provocando heridos (algunos por saltar al vacío) y 90 detenidos. Este lamentable episodio fue una demostración de «cuánta complicidad hay por parte de la policía para dejar entrar a los otros barristas» y de cómo la «pelota se mancha» y se «llena de sangre», desvirtuando el fútbol, que «es para las familias, no para estos individuos que solamente lastiman este bello deporte». Estos eventos, que lamentablemente ocurren «cada semana» en la región, nos recuerdan la facilidad con la que la pasión se transforma en agresión desenfrenada.
La Raíz del Problema: Ira y Desamor.
Estos ejemplos, tanto en la política como en el deporte, son síntomas de una problemática más profunda: la ira descontrolada y una preocupante falta de amor y respeto hacia el prójimo. Se observa una tendencia a la provocación, a la descalificación personal y a la justificación de reacciones violentas, en lugar de buscar el diálogo y la conciliación. La capacidad de mantener el «temple» y la «urbanidad» que se espera de figuras públicas parece desvanecerse, dando paso a una «extralimitación» que no contribuye en absoluto al esclarecimiento de los problemas o a la convivencia.
Una Luz en la Oscuridad: La Perspectiva Cristiana.
Ante este panorama, es vital buscar soluciones que vayan más allá de la mera regulación o la condena superficial. Es en este punto donde una reflexión profunda sobre los principios cristianos puede ofrecer una guía transformadora.
Cabe señalar que las fuentes proporcionadas no contienen información sobre mensajes cristianos ni soluciones religiosas a la violencia. La siguiente parte del artículo se basa en principios cristianos generales y debe considerarse como una perspectiva adicional para la reflexión, no derivada directamente de los materiales de origen.
Desde una visión cristiana, la raíz de la violencia y el desorden a menudo se encuentra en el egoísmo, el orgullo y la falta de empatía. El mensaje central del cristianismo es el amor: amar a Dios y amar al prójimo como a uno mismo. Este amor no es un sentimiento superficial, sino una decisión activa de buscar el bienestar del otro, incluso de quienes nos ofenden o son nuestros «enemigos».
Jesús, en sus enseñanzas, nos invita a:
• Perdonar setenta veces siete: Esto significa una disposición constante al perdón, rompiendo el ciclo de resentimiento y venganza que alimenta la ira y la violencia.
• Poner la otra mejilla: Este principio no es un llamado a la pasividad, sino a la resistencia no violenta, a responder al mal con bien, a desarmar al agresor con amor y a negarse a participar en la espiral de la violencia.
• Buscar la paz y seguirla: Como creyentes, estamos llamados a ser pacificadores, a construir puentes donde hay muros, a fomentar el diálogo donde hay gritos y a ser agentes de reconciliación en un mundo dividido.
• Practicar la humildad y el respeto: Reconocer la dignidad de cada persona, independientemente de sus opiniones, orientación o posición social, es fundamental para una convivencia sana. La soberbia y la necesidad de «ganar a toda costa» suelen ser el caldo de cultivo de los enfrentamientos.
El amor cristiano es un amor que edifica, que sana y que une. Nos llama a mirar más allá de nuestras diferencias, a ver a cada persona como un ser creado a imagen y semejanza de Dios, merecedor de respeto y compasión.
Un Llamado a la Transformación Personal y Colectiva.
La transformación de nuestra sociedad no comenzará en los grandes escenarios, sino en el corazón de cada individuo. Si cada uno de nosotros se compromete a cultivar la paciencia, la empatía, el perdón y el amor que Jesucristo enseñó, podremos empezar a «bajar la pelota» en las confrontaciones y a «desarmar» los conflictos con una actitud que busca la reconciliación antes que la victoria.
No es un camino fácil, pero es el único que puede sanar las heridas profundas de la ira y el desamor que hoy parecen dominar nuestros espacios públicos y privados. El fútbol volverá a ser para las familias y el debate político recuperará su altura cuando prioricemos la humanidad y el amor sobre la confrontación y el desprecio. Es hora de que la «pelota» de nuestra convivencia no se «manche con sangre», sino que ruede libremente en campos de respeto y fraternidad.
