¿Cansado de Luchar? La Guerra que Crees Estar Librando ya fue Ganada
Muchos de nosotros, al enfrentar esta realidad, recurrimos a la religión: el intento del hombre de obedecer las reglas de Dios con su propio esfuerzo. Nos aferramos a una lista de comportamientos, apretamos los dientes y tratamos de ser «buenos cristianos». Es como intentar levantar una roca pesada para desafiar la gravedad; puedes sostenerla por un tiempo, pero tu fuerza humana inevitablemente se agotará.
Pero, ¿y si te dijera que el Evangelio no se trata de tu esfuerzo? ¿Y si la batalla que intentas ganar ya fue liberada y vencida en la cruz?.
La Diferencia Crucial: Evangelio no es Religión.
Es fundamental entender esta distinción. La religión se enfoca en lo que tú haces para Dios. El Evangelio, en cambio, se trata de una persona: es Cristo mismo. No se trata de ti intentando actuar como Cristo; se trata de Cristo actuando en ti.
Los apóstoles no enseñaron a «aprender de Cristo», sino a «aprender a Cristo». Esta no es una simple diferencia de palabras, es un cambio de paradigma total. No estamos llamados a estudiar e imitar un modelo a distancia, sino a recibir y manifestar una vida que ya habita en nosotros.
Sustancia sobre Palabras: Más Allá de la Lógica Religiosa.
En nuestra búsqueda de la verdad, a menudo caemos en la trampa de acumular conocimiento. Creemos que tener la razón en un debate teológico o poder citar versículos es la meta. Sin embargo, incluso Satanás usó las Escrituras para argumentar.
Las «palabras» sobre Dios son como leer una receta de cocina: son descriptivas, pero no te alimentan. Puedes hablar de la comida durante horas, pero nunca habrás probado la sustancia. Cristo es la sustancia. El verdadero cristianismo no es una lógica religiosa impecable, sino el fruto y el testimonio de la vida de Cristo habitando en nosotros. Frente a la evidencia de una vida transformada, todos los argumentos se desmoronan.
La Victoria que no es Tuya (y esa es la Mejor Noticia)
Volvamos a esa batalla interna. Dentro de nuestra alma conviven dos realidades: la vieja naturaleza (la «carne») y la nueva vida en Cristo. La solución de Dios no fue pedirle a una que venciera a la otra. La solución de Dios fue llevar a ambas a la muerte en la cruz y resucitar un solo y nuevo hombre: la Iglesia, que es Cristo.
La obra en nuestro espíritu está consumada, completa. Cristo ya venció la muerte y el pecado. Por lo tanto, la guerra que sentimos en nuestra alma no es una que tengamos que librar, sino una que ya fue liberada en la cruz.
Entonces, ¿cuál es nuestro papel? No es luchar, sino rendirnos a la realidad de Cristo que ya vive en nosotros. Es permitir que el mismo poder que resucitó a Jesús de entre los muertos opere en nosotros para someter a la vieja naturaleza. La obediencia no es algo que producimos; la obediencia es conferida. Es la naturaleza de Cristo en nosotros la que obedece.
Una Expresión Práctica: Ser «Inofendible».
¿Cómo se ve esto en la vida diaria? Tomemos la ofensa. Pasamos la vida esperando que la persona que nos rompió nos arregle, que quien nos robó algo nos lo devuelva. Es un camino agotador e imposible.
La cruz nos libera de esta carga al revelarnos una verdad poderosa: nadie te debe nada. Así como tú no le debes nada a nadie gracias a la cruz, nadie te debe nada a ti. Toda deuda fue saldada cuando el Justo murió por los injustos. Ser «inofendible» no significa tolerar el abuso, sino dejar de buscar vida en una fuente que solo te ha herido. La cruz siempre te señala a una nueva fuente de vida donde toda ofensa ya fue pagada.
Dejar de luchar es dejar de sostener la roca de tu propio esfuerzo. Es soltarla y descansar en Aquel que no solo desafió la gravedad del pecado, sino que la venció por completo. Tu vida no se trata de ti intentando ser obediente; se trata de rendirte a la obediencia que ya vive en ti: la vida misma de Cristo.
